La homeopatía tiene más en común con el chamanismo que con cualquier otra terapia que el ser humano haya ideado. En la “terapia homeopática” (no cometamos el error de llamarla medicina) tenemos un vehículo, que puede ser agua, azúcar o cualquier otro excipiente, que resulta embebido por alguna suerte de “energía curativa”. Esta energía es la que de algún modo inexplicable provoca la sanación del enfermo, tal como el chamán es portador de un poder mágico que cura al enfermo. De este modo el homeópata es un chamán contemporáneo que esconde un conocimiento místico sobre las enfermedades y sobre los hombres.
Suele decirnos que para que la homeopatía funcione debe ser indicada por un buen homeópata, del mismo modo que la medicina chamánica debe ir acompañada de una serie de rituales mágicos.
La homeopatía busca sus remedios en un mundo etéreo de energías no documentadas y de estructuras quiméricas nunca vistas por la ciencia. No pertenece al mundo natural, al de los átomos y de las matemáticas, no crece en los árboles ni se extrae de ningún animal; pertenece al mundo de la magia y del esoterismo. Sin embargo la mayoría de gente que la usa aún piensa que la homeopatía está relacionada, o incluso que es lo mismo, que la fitoterapia (la ciencia que usa las plantas medicinales con fines terapéuticos). Nada más alejado de la realidad, de hecho es la farmacología moderna la que tiene sus orígenes en la fitoterapia. Los laboratorios farmacéuticos buscan sus materias primas en el reino natural: en las plantas, en los animales terrestres o marinos y en los microrganismos.
Pocos son también los consumidores de homeopatía que conocen su base teórica, el mecanismo de acción homeopático, el célebre «Similia similibum curantur» (lo semejante cura a lo semejante). Este absurdo principio que suena a mágico conjuro nunca ha podido ni podrá ser demostrado. El dogma homeopático defiende que si usted coge una taza de café, que por contener cafeína puede causar insomnio, y la diluye en el equivalente todos los océanos de la tierra, la solución resultante tendrá propiedades sedantes. Este remedio, que a cualquier persona medio sensata le resultaría una locura o una estupidez, existe realmente en la Farmacopea Homeopática, se llama Coffea cruda y sus rspectivas diluciones se venden para tratar el insomnio al módico precio de 5€ los 4 gramos de azúcar. Toda la homeopatía se basa en esta asociación: si la belladona causa fiebre su dilución la reduce, si el arsénico causa ahogamiento su dilución homeopática cura el asma. Cuesta mucho creer que sociedades que presuponemos evolucionadas acepten este absurdo, sin embargo ahí están después de 200 años.
Resulta muy complicado luchar contra la homeopatía porque no usamos sus mismas armas ni nos enfrentamos en el mismo campo de batalla. No se puede usar la razón para luchar contra la superstición. La batalla está perdida de antemano y con nuestros ataques quizá sólo conseguimos darle más notoriedad de la que merece. Los escépticos que levantamos la voz somos percibidos por sus adeptos como seres egoístas que queremos arrebatarles su mágico poder de curación. No podremos vencerlos ni convencerlos a todos. Lo que sí podemos y es nuestra obligación hacer, es señalar con el dedo de la vergüenza a todos aquellos supuestos “profesionales” que usan y viven de la homeopatía.
Tendrán que elegir: optar por la ciencia y la razón o entregarse definitivamente al ocultismo y a la charlatanería.
Roi Cal Seijas. Farmacéutico comunitario
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